Cuando uno comienza a practicar yoga, lo primero a lo que tiene acceso es a la parte física, la que realizamos en la esterilla. Es una parte fundamental, pues es el laboratorio donde explorar y descubrir, donde ponernos a prueba y donde aprender a aceptar y superar posibles miedos y limitaciones. Sin embargo, muy a menudo, es lo único a lo que mucha gente tiene acceso, y no por falta de información, sino porque, tal y como habitualmente se presenta el yoga, puede parecer poco menos que una exótica y colorida leyenda oriental sacada de tiempos lejanos.
Muy a menudo, los profesores de yoga tenemos que oír decir a personas que se acercan a nuestras clases que vienen porque necesitan estirar un poco, y puede que a alguno de esos profesores esto les frustre o les indigne. Pero me planteo algo: ¿de quién es la responsabilidad? Quiero decir: ¿por qué esas personas se han formado esa idea de lo que es el yoga?
Si nos damos una vuelta por diferentes redes sociales o asistimos a algunas clases de yoga, podremos observar el tratamiento que se le da al asunto. Programas formativos preocupantemente incompletos y excesivamente breves, artículos en revistas donde te dicen qué asanas hacer para conseguir un vientre plano y, cómo no, las fotos de acróbatas y bailarines realizando asanas imposibles al nivel de la mejor contorsionista rusa de la historia… ¿Cómo no van a pensar muchos que no pueden practicar yoga porque no son lo suficientemente flexibles? Creo que debemos hacer una parada en el camino y revisar qué estamos haciendo.
Llevo muchos años practicando yoga y casi diez como profesora. También soy licenciada en Historia, y dediqué mucho tiempo de aquella etapa de mi vida a Egipto, al estudio del copto sahídico y de los jeroglíficos, y al estudio de la historia de las religiones. Quizás esa manera de trabajar que desarrollé en el mundo académico es la que me ha llevado, en estos años, a darle mil y una vueltas a la transmisión del yoga que, creo, debo hacer en mis clases.
Existen en el mercado cientos de libros que hablan sobre yoga, sobre su origen, su interpretación filosófica, su historia, etc. Desde que descubrí el yoga he leído muchos de esos libros, y de ellos he aprendido (y seguiré aprendiendo) infinidad de cosas. Cada día, muchos de mis alumnos me piden que les recomiende lecturas para profundizar en diferentes aspectos, y tengo ya una bibliografía bastante interesante con la que poder satisfacer su curiosidad.
Creo que, cuando comienzas a practicar yoga, o cuando empiezas a sentir la necesidad de saber un poco más, quieres encontrar un libro que te aclare el asunto, no que te lo haga más complicado. Y se da la circunstancia de que, al menos hasta donde yo conozco, la mayor parte de esa bibliografía estructura la información de la misma manera: primero te presenta toda la teoría que ha sido capaz de recopilar, a continuación te presenta unas cuantas asanas, una detrás de otra, y de ahí hasta las últimas páginas, donde quizás te incluya alguna que otra técnica de pranayama.
Guía para construir mi práctica
Personalmente, creo que esa manera de presentar los contenidos no sólo crea una falsa imagen de distanciación entre el trabajo físico que llevamos a cabo en la esterilla y el mensaje completo y real del yoga, sino que dificulta el acceso a la información de toda aquella persona que sienta curiosidad sin tener ningún tipo de conocimiento previo. Por ello, al igual que hago en mis clases y en los cursos que imparto, he decidido darle otra vuelta más a la pedagogía tradicional y construir este manual de una manera diferente.
A mis clases asisten personas que viven en el siglo XXI, con trabajos y rutinas que se desarrollan en una sociedad occidental, y con problemas, necesidades y enfermedades del primer mundo. ¿Significa eso que el Yoga es diferente para ellos que para un ciudadano de India del siglo XV? Evidentemente, no. El Yoga es el mismo. Pero es fundamental que no repita a mis alumnos, palabra por palabra, lo que se escribió en el siglo XV, porque ni lo iban a entender ni iba a servir de nada.
Es importante que yo haga previamente un trabajo de estudio, de análisis, de comprensión y de integración, para poder transmitirles a ellos el jugo de las enseñanzas, porque el Yoga es atemporal, y es útil también hoy día. Un texto del siglo XV, por ejemplo como es el Hatha Yoga Pradipika, no es de fácil acceso para la mayor parte de la sociedad, y aquí hablo más como historiadora que como profesora de yoga. Un texto es importante abordarlo teniendo en cuenta la época en que se concibió, su ubicación geográfica (con todo lo que ello conlleva) y la motivación que llevó a su composición. Y tengo la sensación de que, actualmente, muchas de las personas que terminan cursos formativos para ser profesores de yoga no tienen una comprensión clara de esos textos, con todo lo que eso implica, pues van a ser los responsables de la transmisión del Yoga desde la base.
El manual que presento, Descubriendo el Yoga: Guía para construir mi práctica, es el fruto de años de dar clases, de ir a cursos, de leer, de estudiar, de hablar con los alumnos. Se trata de un “comienzo asequible”, para poder integrar la filosofía en la práctica, para mostrar desde el primer momento que ambos aspectos son inseparables. En él presento, a través de once capítulos, todo lo que puede necesitar alguien que quiere comenzar a practicar, o que ya ha comenzado pero quiere saber un poco más. La estructura de cada capítulo es la siguiente.
No se trata de un simple cambio de estructura a la hora de presentar un tema, sino de realizar una verdadera integración de toda la información a nuestro alcance, no para darle un nuevo significado o crear algo diferente, sino para que un alumno occidental del siglo XXI pueda entender y seguir el camino del yoga. Siempre he pensando que toda enseñanza de yoga, además de estar fundamentada en la tradición, debe ir acompañada de una visión integradora de los nuevos elementos que la ciencia y la investigación ponen a nuestro alcance. El Yoga, por decirlo de alguna manera, está vivo, avanza con los tiempos sin perder su esencia y su vigencia. No es un libro viejo perdido en una estantería. Patanjali nos dejó un legado muy valioso: nos dio las herramientas y una hoja de ruta para que, cada uno, pudiera hacer su camino. Quedarnos en la repetición vacía de unos conceptos y unas definiciones, aprendidos de memoria nos llevará a una ética superficial y, por tanto, a una práctica espiritual de salón, sin base ni sustento.
En definitiva, este manual es como un mapa para todo aquel que quiera dar sus primeros pasos en el yoga, y al mismo tiempo un compañero de viaje con el que compartir práctica, conversaciones y aprendizajes.
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